En noviembre, mes en el que se celebra la revolución mexicana, me pregunto: ¿qué fue? ¿a quién sirvió? ¿qué pasaba en esos momentos? ¿porqué la gente decidió lanzarse a la lucha ?
…Por lo que cuentan los abuelos, fueron muchos de uno y otro bando los que con sus necesidades, con su esperanza y con sus sueños acuestas decidieron seguir a “poderosos” y pelear sus guerras, siempre pensando que había un mundo mejor, libre por ganar. Quizá muchos creyeron que era el camino a la justicia, que la democracia era el siguiente paso y que la paz verdadera vendría con el triunfo de su bando.
Lo cierto es que ninguno de los participantes llegaron a ver realizados sus sueños, y en cambio sí vieron cómo los que ya de por sí ya estaban bien se engrandecieron, se hicieron gobernantes y repitieron la misma historia. Fue como si se hubieran hecho soldados para pelear una guerra que no era suya, que no mejoró su vida, ni la de sus hijos, ni la de los hijos de sus hijos (que son nuestros padres) ni las de nosotros.
Y es que ¿cuál es el sentido de celebrar, si la brecha entre ricos y pobres cada vez es más grande? ¿cómo hablar de justicia y libertad si en nuestras vidas cotidianas estas dos palabras nos causan miedo por todo lo que ellas pueden significar y casi desde pequeños nos enseñan a no incluirlas ni en las frases domingueras?
El país ha cambiado y no se si sea indiferencia o tal vez adaptación a éste acelerado mundo, pero creo que estamos empapados de un cansancio existencial que no nos permite ver como se nos cae a pedazos el México lindo y que-herido.
… Y entonces me surgen más preguntas y pienso si no valdría la pena repensar en qué es lo que queremos y además qué queremos hacer juntos para curar éste México herido.
Creo que es bueno recordar que gente como nosotros, simples mortales, fueron ( somos ) capaces de organizarse para inventar, hacer y andar nuevos caminos. Al final estoy mas llena de preguntas que de respuestas, pero presiento que algunas de ellas son tan obvias que a veces prefiero no verlas, por que al verlas no podría continuar quedarme con los brazos cruzados como hasta ahora. Y aunque se que nadie experimenta en cabeza ajena recordar esta fecha podría ser un buen pretexto para repensar nuestra historia, replantear nuestro presente y construir nuestro futuro.
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Hay de revoluciones a revoluciones. Hay la revolución que se lleva a cabo decidida por los intelectuales, los que estudian, los que tienen acceso a la información y conocen las razones de las cosas que van a querer cambiar. Esta es la revolución de los estudiados, de aquellos que perciben la injusticia en toda su complejidad, desde los injustos salarios, las condiciones de explotación más sutiles, etc.. Esta fue la Revolución en México, elaborada por eminentes intelectuales y luchadores sociales que hasta le pusieron fecha de inicio. Aquel lejano 20 de noviembre.
Luego hay revoluciones que tal vez no lo son, sino más bien son rebeliones. Rebeliones que bien pueden convertirse en revoluciones. Miren lo que pasa en Francia. El Ministro de Interiores francés los define "delincuentes". Y sí, porque hasta ahora se han nada más dedicado a quemar coches, a destruir bancos, a golpear todo lo que representa algo. Pero ¿qué representan? Representan el sueño inalcanzable de muchas, demasiadas personas. Los jóvenes de las periferias francesas, hoy, los que salen a las calles todas las noches, a pesar del toque de queda nacional decidido por el gobierno, posiblemente no tienen ningún programa revolucionario. No tienen alternativas que proponer. Pero tienen odio hacia todo lo que hasta hoy los mantuvo callados y excluidos. Ellos miran la televisión, pasean por el centro de su ciudad, y ven el lujo, escuchan de grandes oportunidades que pero nunca los alcanza. Ellos nunca han podido ni podrán tener un coche, el símbolo hoy de la movilidad y de la libertad de consumir de la cual son excluidos. Lo que pasa en Francia es una rebelión generalizada a un modelo, el francés, que no es único, que no habla francés nada más. No. Es el modelo que habla con balas – difundido lenguaje internacional -, que habla con falta de oportunidades para muchos, que habla con la exclusión de los más.
Este modelo, si bien lo piensan, lo tenemos más cerca de lo que pensamos. Sólo basta ver a los muchachos que viven en las periferias de nuestras colonias y preguntarnos, ¿les ofrecen oportunidades? ¿Acaso pueden gozar de todo lo que ofrece esta sociedad? ¿Acaso ser de Iztapalapa, de Azcapotzalco, de la Guerrero, o de Ampliación Tepepan les permite acceder a los mejores estudios, a los mejores empleos, a los mejores hospitales? ¿Ser de estos lugares les permite, viajar, conocer, aprender como hacen otros de otros lugares? No, estos son muchachos como los de hoy en París. Muchachos que si se drogan es porque el único mercado al cual pueden acceder es él de las drogas. Muchachos que si se enfrentan a la policía es porque con nadie más tienen la posibilidad de confrontarse cuando todos los días al menos una patrulla los para y los cuestiona. Y esas, observen bien, son rebeliones. Respirar pegamento, rayar los vidrios, pintar una pared, meterse heroína en una vena y muchos, demasiados otros ejemplos como estos, son nada más que actos de rebelión. Una rebelión, sin embargo, hacia adentro. Una rebelión que si no es canalizada hacia objetivos externos no lleva a ningún lado. Una rebelión no organizada consecuencia directa de la exclusión. La exclusión como mecha a quemar durante largo tiempo. Y sí, un día la mecha se acaba y explota la bomba del odio reprimido. Odio que se dirige hacia todo, incluidos los mismos que se rebelan. Destrucción y autodestrucción. Consignas resignadas de un presente sin perspectivas, sin representación social.
Finalmente esta es la historia de una sociedad que cae. Y mientras cae repite a si misma: "Hasta aquí todo está bien, hasta aquí todo está bien...". Sin embargo el problema no es la caída sino el aterrizaje.
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Las mujeres en la Revolución Mexicana
“Vente mi Juana, vente conmigo,
que la campana ya va a empezar,
serán tus ojos mi solo abrigo
y al enemigo sabré matar”
(Fragmento de un corrido de la Revolución Mexicana)
“Yo soy rielera tengo mi Juan (...)”: rieleras, adelitas, vivanderas, soldaderas o coronelas son algunos de los nombres con los que se designaba a las mujeres que fueron parte y partícipes del movimiento revolucionario mexicano que inició en 1910. Mujeres que de diversos modos fueron piezas clave en esta lucha armada y a las cuales no se les ha dado el debido reconocimiento. La historia de nuestro país nos ha sido contada de tal manera que pareciera que los hombres son sus principales protagonistas, sin embargo, nuestra sociedad, nuestro pasado y nuestro presente también se ha construido (y se sigue construyendo) por y desde la acción de las mujeres. Aunque “la Adelita” es una figura que forma parte del saber popular y sólo se le conoce como una de “las viejas” de los soldados” poco se conoce de su participación activa. Las mujeres durante la revolución no sólo querían “un vestido de seda para ir a bailar al cuartel”, también tenían convicciones políticas, ideales, ganas y fuerzas para cambiar sus condiciones de vida.
Se ha generalizado la idea de que las Adelitas sólo se encargaban de procurar el bienestar de los soldados, pero eran múltiples los roles que jugaban: había soldaderas (o adelitas), mujeres soldados, intelectuales, activistas que realizaban diferentes funciones. La mayoría de ellas eran soldaderas, viajaban con las tropas, seguían paso a paso a sus esposos, a sus parejas que habían sido tomados en leva (reclutados) por el bando federal. Las soldaderas se encargaban de cuidar a las tropas: hacían la comida, curaban a los heridos y enfermos, lavaban la ropa, etcétera, y aunque también llegaban a tomar las armas, esto no era algo muy común. Soportaron pésimas condiciones de vida, miseria, desnutrición, embarazos, partos y la crianza de sus hijos (as) bajo las peores circunstancias. También fueron empleadas en el contrabando de armas y como espías. Cuando sus esposos morían en combate, las soldaderas podían buscarse otro hombre (para los soldados era esencial tener a “su vieja” que los cuidara y para las mujeres un hombre que las protegiera) o usar el uniforme y el arma del difunto para lanzarse al combate (Revista La Mujer Moderna, 1915). Como puede verse, las soldaderas fueron un soporte fundamental para que los bandos federales pudieran continuar la lucha contra los rebeldes ya que brindaban un importante servicio a las fuerzas armadas del gobierno.
Por su parte, las mujeres combatientes no asumieron las tareas tradicionalmente “femeninas”, por el contrario, muchas de ellas se vestían y actuaban como hombres, escondían sus identidades para demostrar que no eran soldaderas sino soldados y así poder enrolarse en los bandos de oposición ya fueran Maderistas, Villistas, Zapatistas. Todos estos ejércitos contaban entre sus tropas con mujeres combatientes. Se menciona que muchas de estas mujeres utilizaban pseudónimos, tales como: La Coronela, La Chata, La Corredora, La Güera Carrasco, lo cual les otorgaba una identidad de igualdad y poder frente a los hombres (Diane Goetze, 1997). Muchas fueron ascendidas a coronelas, lidereaban tropas masculinas. Al terminar la revolución, algunas mujeres recibieron pensiones como veteranas de la Revolución Mexicana.
Otras mujeres procedentes de las clases sociales medias o altas eran intelectuales y se dedicaban a la militancia. Formaron organizaciones políticas que influyeron en el movimiento feminista que comenzaría en las décadas de 1920 y 1930. Pero a pesar de las diferencias, hay una constante que unifica esta diversidad entre las mujeres: la poca valoración y reconocimiento a su labor y a sus contribuciones, el anonimato y el silenciamiento de su papel en la historia de México.
La Historia narrada tiene vacíos, y estos vacíos a veces son el no hacer visible la participación de algunos sectores sociales, en este caso las mujeres ¿Qué nos deja el conocer una parte más del pasado de nuestro país? Creo que la posibilidad de ir armando el rompecabezas que somos como sociedad y la oportunidad de darnos cuenta de que todas las personas somos parte importante en la construcción de nuestra realidad, de nuestro presente y de nuestro futuro. La sociedad es de los hombres y de las mujeres, de los adultos y de los niños, todas y todos tenemos el derecho de decidir en qué país, en qué sociedad, en que comunidad queremos vivir. Y me pregunto si acaso esto no es sólo un derecho sino una obligación.
enero 05, 2006
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